La semana pasada, el Ayuntamiento de La Paz anunció la ampliación de su red vial con la construcción de la calle Tiburón.
Una brecha que cruzaba el arroyo “El Cajoncito” se convirtió en una vía pavimentada de dos carriles vehiculares, como extensión del libramiento Juan de Dios Angulo. Esta calle, junto con el libramiento Daniel Roldán, formará un nuevo par vial.
Más semáforos, más carriles, más flujo. La apuesta es clara: mover más autos, más rápido. Bajo esa lógica se ha presentado el “Plan de reordenamiento vial”, y con él, la creación del Centro de Movilidad Vial (Cemovial). Una vez más, la movilidad se traduce en velocidad.
Pero, ¿realmente eso es movilidad? ¿A eso aspiramos cuando hablamos de una ciudad que se mueve? ¿O estamos confundiendo movimiento con tránsito?
Cada nueva calle es una decisión sobre el futuro. Cada trazo, una forma de leer el territorio. Diseñarla solo para autos es también diseñar lo que quedará fuera: el agua que no se infiltra, el árbol que no crece, la persona que no cruza.
La Constitución Mexicana, la Ley General de Movilidad y Seguridad Vial, y su equivalente estatal en BCS, reconocen la movilidad como un derecho humano. No como un derecho a circular, sino a habitar dignamente el espacio común.
Movernos no es solo llegar: es cómo llegamos, por dónde, con qué consecuencias.
Durante décadas, las ciudades mexicanas crecieron como manchas de aceite: expandiéndose sin freno, impermeabilizando sin medida, desplazando a quienes menos voz tienen.
Ese modelo fracasó. Lo sabemos. Lo vimos colapsar en otras ciudades antes que aquí. Entonces, ¿por qué repetirlo?
El arroyo El Cajoncito fue testigo de esa historia. Su cauce se alteró tras el huracán Liza en 1976, cuando las lluvias arrasaron con todo.
Desde entonces, los bordos de contención han sido útiles para dirigir el agua al mar. Pero, ¿qué hacemos cuando el agua ya no cabe en la ciudad, cuando el suelo ya no absorbe?
Hoy, con fenómenos meteorológicos más impredecibles, suelos más sellados y colonias más vulnerables, es evidente que la infraestructura gris ya no basta. Necesitamos otra mirada: una que no solo dirija el agua, sino que la escuche.
Las Soluciones Basadas en la Naturaleza (SbN) no son un lujo, son una urgencia. No frenan el agua: la acompañan. Zanjas de infiltración, jardines de lluvia, revegetación de taludes: infraestructura que conversa con el entorno, en lugar de imponerle un silencio de concreto.
¿Y si la calle Tiburón no fuera solo una vía para autos? ¿Y si también fuera un canal de vida? Parte de un corredor que ayude a infiltrar agua, a bajar la temperatura, a reunir a la gente. ¿Y si pudiera ser un puente entre la movilidad y el cuidado?
Eso es diseñar calles que contengan. Calles que respiren. Que no sean solo líneas en un plano vial, sino tejidos vivos que unen suelo, agua, plantas, personas.
En la siguiente imagen se comparar el área donde se encuentra la avenida Tiburón (entre la colonia Selva Fidepaz y el arroyo el Cajoncito), entre 2020, año donde hubo lluvia abundante; y 2025 tras más de un año sin lluvia.


Integrar este enfoque al Plan de Reordenamiento Vial no es solo una mejora técnica. Es una decisión política: reconocer que las calles también son cauces. De agua, de gente, de afecto. Y que si no las pensamos así, seguirán fracturando el territorio que dicen conectar.
La Red de Infraestructura Verde y Azul (RIVA) propone esto: ver las calles como parte de un ecosistema que facilita la conexión de una gran biorregión.
La calle Tiburón puede ser más que una prolongación: puede ser la arteria que una al Centro Deportivo El Piojillo, la UABCS, el Ecoparque, el Malecón y otros nodos de importancia para la ciudad. No con autos, sino con sombra, acceso y sentido.
La urgencia de hacer visible lo político no debe cegarnos ante lo esencial. Una obra rápida puede parecer eficaz, pero si no cuida el territorio, lo agota. Y entonces, lo que parecía solución se convierte en herida.
Contener La Paz no significa oponerse al cambio. Significa preguntarse: ¿qué tipo de ciudad queremos sostener? Porque no toda ciudad que crece, florece.
Diseñar calles que contengan es un acto de memoria y de porvenir. Es recordar que toda calle fue primero tierra, agua, vida. Y que podría volver a serlo si la pensamos con otra sensibilidad.
No se trata de frenar el flujo, sino de abrir preguntas. No hay soluciones sencillas. Solo decisiones complejas que deben tomarse con inteligencia ecológica y justicia territorial.
Porque una ciudad que se mueve rápido puede olvidarse de lo que pisa. Pero una ciudad que cuida al moverse, tal vez, pueda durar.